En una sala cargada de emociones contenidas y palabras que salieron como un desahogo necesario, la familia de Octavio Dotel se sentó frente a las cámaras, no para buscar compasión, sino para contar su verdad. Una verdad que, según ellos, fue ignorada por quienes más esperaban un gesto humano: los representantes del Grupo RCC Media y, en particular, su presidente, Antonio Espaillat.
“Esperábamos al menos una llamada”, dicen, con una mezcla de tristeza y decepción en el rostro. No era una llamada formal, ni una declaración pública; era una simple muestra de empatía. Pero esa llamada nunca llegó. Ni en los días más oscuros, cuando las especulaciones y los rumores manchaban el nombre de su ser querido, ni después, cuando la justicia desestimó las acusaciones que alguna vez lo rodearon.
Con la voz entrecortada, uno de los familiares expresa que lo que más les dolió no fue la crítica, sino el abandono. “Él (Antonio Espaillat) fue su amigo… al menos eso creíamos”. La frase retumba. No como una acusación directa, sino como una herida abierta que aún sangra en silencio.
Pero la familia no solo habla del pasado. En el video, también revelan una decisión que marcará un nuevo capítulo en esta historia: iniciarán acciones legales. “Vamos a demandar”, anuncian con firmeza. No por venganza, sino por dignidad. Dicen que las falsas imputaciones, los titulares malintencionados y el juicio público paralelo que enfrentó Octavio no pueden quedar impunes.
Cada palabra de esta entrevista pesa. Porque no es solo un reclamo legal, es un grito emocional de una familia que sintió el frío del silencio en medio de su tormenta. Es una historia de lealtades rotas, de amistades que se evaporaron cuando más se necesitaban, y de un hombre que, aunque absuelto ante la ley, tuvo que cargar con una culpa que no era suya ante los ojos de la opinión pública.
Hoy, la familia Dotel no busca titulares ni compasión. Busca justicia. Y, quizás, también busca algo aún más difícil de conseguir: una disculpa que nunca llegó.